Fidel es Fidel
Lo veo así, eternamente joven, vestido de verde olivo, pisando fuertemente sus botas guerrilleras, en la Plaza de la Revolución José Martí, en la Habana, donde miles y miles de personas se juntaban para escucharlo y refrendar sus palabras.
Prefiero hoy evocar a ese Fidel iluminado por su pueblo, abrazado por mujeres, niñas y niños, aclamado por los jóvenes, estrechando sus manos de dedos largos, señalando el porvenir, como sólo supo captarlas el pintor ecuatoriano Osvaldo Guayasamín.
Veo a Fidel sembrando sueños, inaugurando centros científicos, escuelas en el campo, planes agrícolas, hidráulicos, consultorios de médicos de la familia, escuelas de la batalla de ideas. Conversando con periodistas y artistas, analizando qué sociedad queríamos tener y cómo construirla. O recorriendo provincias luego de un huracán, transmitiendo una confianza inagotable a los que lo habían perdido todo, menos la fe.
Lo veo eternamente joven, pensando en el futuro como si fuera ahora mismo.
Vuelvo a echar mi memoria atrás, y me emociono muchísimo cuando encuentro al gigante en las Naciones Unidas, advirtiendo que una especie está en peligro de desaparecer, y es el hombre.
Lo retrato en tribunas internacionales, batallando por eliminar la deuda externa de los pueblos más pobres con el capitalismo, o defendiendo ideas nobles, o explicando, ante cualquier auditorio, las razones de gloria de nuestra isla.
Lo veo en marchas, discursos y a mis padres en una concentración gritando a viva voz: ¡Fidel, Fidel, qué tiene Fidel, que los americanos no pueden con él!
Fidel sacó a Cuba del anonimato, hizo crecer a su pueblo, y esa conquista nadie ni nada podrá borrarla jamás, ni siquiera el enemigo que ha querido exterminarlo a toda costa.
"Fidel oye la hierba crecer y ve lo que está pasando al doblar de la esquina", dijo su entrañable amigo Raúl Roa, quien fuera Canciller de la Dignidad. Y con esa frase logró desentrañar las virtudes de un líder que arrastra masas, conquista, convence con la palabra y con el ejemplo, un líder de futuro.
Gabriel García Márquez, el escritor colombiano Premio Nóbel de Literatura y amigo del líder de la Revolución Cubana ha escrito en su artículo “El Fidel Castro que yo conozco”:
“Su devoción por la palabra. Su poder de seducción. Va a buscar los problemas donde estén(…)Su visión de America Latina en el porvenir, es la misma de Bolívar y Martí, una comunidad integral y autónoma, capaz de mover el destino del mundo(…)Una cosa se sabe con seguridad: este donde este, como este y con quien este, Fidel Castro esta allí para ganar”.
Y a propósito del líder querido por su pueblo, señalaba García Márquez: “Cuando habla con la gente de la calle, la conversación recobra la expresividad y la franqueza cruda de los afectos reales. Lo llaman: Fidel. Lo rodean sin riesgos, lo tutean, le discuten, lo contradicen, le reclaman, con un canal de trasmisión inmediata por donde circula la verdad a borbotones. Es entonces que se descubre al ser humano insólito, que el resplandor de su propia imagen no deja ver”.
Un resplandor que no se apaga, y que a la luz de sus 87 años permanece aquí, guiándonos, advirtiéndonos, como expresó en el 59, que a partir de ahora, todo sería más difícil, o señalando, como expresó en su concepto de Revolución, que “Revolución es cambiar todo lo que necesita ser cambiado”, o advirtiendo a los muchachos de la Federación Estudiantil Universitaria que el enemigo no podía destruir esta revolución, pero sí nosotros mismos con nuestros defectos y errores.
¡Fidel es Fidel! La frase de Raúl Castro resume en tres palabras el sentimiento de un pueblo: ¡Fidel es Fidel!, el mismo hombre grande, que prefiere la frase martiana de que “toda la gloria la gloria del mundo cabe en un grano de maíz”, y hoy llega a sus 87 años, apostando por un mundo mejor, como el eterno joven vestido de verde olivo, calzadas sus botas guerrilleras, apuntando con su fusil de esperanzas, al porvenir.
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