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Invocación a Haití

Invocación a Haití

Dalia Reyes Perera

 

“Nunca en mi vida imaginé ver algo así, el dolor es inmenso…ni el peor de los ejemplos alcanzó para atrapar la definición exacta de este pedazo de tierra, vapuleada una y otra vez. El Haití que hoy descubren mis ojos duele, encoleriza, entristece…”

La descripción de una colega del periódico Granma, enviada especial a Haití,  martilla los sentimientos de quienes en cualquier lugar del planeta soñamos con un mundo mejor, con la solidaridad humana, con la fe en las nobles causas.

Lacera  hasta lo infinito ver las imágenes televisivas, los niños heridos, los muertos en cualquier parte, los mutilados, las intervenciones quirúrgicas en campaña, la desesperación en cada rostro, el hambre, la sed, el llanto, la lucha por la sobrevivencia en medio del terror.

Y también conmueven los reportes de los periodistas cubanos, también impactados y las lágrimas de una doctora cubana que salva vidas y llora porque no puede decir más ante las cámaras de los reporteros.

Reviso las páginas de la historia y descubro el ayer de una isla que fue rica, y que lo perdió todo por el saqueo imperial de siglos.

Allí se protagonizó, en los albores del siglo XIX una de las revoluciones más grandes del mundo. Una historia prácticamente olvidada. 

En 1697, por el Tratado de Ryswick, España cedió a Francia la tercera parte de la isla. Los franceses la llamaron Saint-Domingue; y a través del tiempo se transformó en la colonia más próspera que tuvo Francia, gracias a la mano de obra esclava.

En 1791, en un lugar conocido como Bois-Caïman en el norte de Saint-Domingue, esclavos reunidos bajo la dirección de un sacerdote vodú, llamado Boukman, juraron durante una ceremonia vivir libres o morir. Una semana más tarde se desató la rebelión de los esclavos, lo cual condujo, luego de 12 años de luchas, a la Independencia.

Se forja así  la revolución haitiana, precursora de la abolición de la esclavitud en la América y de las gestas independentistas en el continente.

En 1801 Toussaint Louverture,  un esclavo considerado como el padre de la Independencia,  hizo promulgar una Constitución que prácticamente significó el establecimiento de la autonomía de la colonia. Luego de luchar contra las fuerzas enviadas por Napoleón Bonaparte, Louverture fue apresado y deportado a Francia, donde  murió  en 1803. Pero la lucha no se detuvo.

Antes de partir como prisionero dijo estas palabras proféticas: "Al ponerme bajo arresto en Saint-Domingue ustedes lo único que hicieron, fue cortar el tronco del árbol de la libertad de los negros, éste volverá a crecer porque tiene raíces profundas y numerosas".

Jean-Jacques Dessalines asumió posteriormente el mando de todas las tropas revolucionarias. Creó la bandera, condujo a los esclavos a la victoria, y proclamó la independencia. Restableció el nombre indígena de Haití, que significa Tierra montañosa.

Nacía así la primera República Independiente en América Latina.

Hoy, cuando los haitianos se debaten entre la vida o la muerte, cuando el dolor embarga hasta lo que no pueden describir ni las palabras ni las imágenes, cuando se nos aprieta el corazón al ver la desesperación de ese pueblo hermano, valdrá la pena pensar en cuanto podemos hacer para aliviar en algo el sufrimiento.

Con Haití, Latinoamérica, el Caribe y todo el mundo tienen una gran deuda. Haití ha sido la olvidada de siglos.

Haití tiene que estar hoy en la mente de quienes poblamos este planeta.

Este desastre natural que nos consterna debe servir al menos, para indicar que las organizaciones internacionales existen para un objetivo concreto. Para demostrarnos que en este pequeño punto del universo ningún ser humano está solo. Y sobre todo, para que las palabras amor, amistad y fraternidad reinen definitivamente.

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