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Historia de todas

Historia de todas

Mi abuela paterna salió doce veces embarazada y sólo pudo lograr ocho hijos. Los otros murieron pequeños o al nacer. Mi abuela materna tuvo cinco, sufrió varios abortos, y falleció a los cincuenta y dos años, enferma del corazón, sin asistencia médica,  con el pelo encanecido y el rostro lleno de arrugas, testigo de la miseria y la tristeza de criar cinco hijos, con un esposo carretero, que sólo lograba conseguir trabajo pocos meses al año, y luchaba todo el tiempo para alimentar, con muchas dificultades a sus pequeños y poder verlos crecer en medio del desamparo y la desesperanza.

Mi madre y mis tías no pudieron estudiar y dejaron pendientes los sueños de ser maestras, escritoras, veterinarias.

Si cuento estas anécdotas íntimas es porque no son tan personales, porque en la vida de mis abuelas, mis tías y mi  madre, está reflejada la historia de la mujer cubana,  antes del año 1959, aunque nos parezcan historias tan lejanas, que casi las hemos olvidado.

Ahora, me enorgullezco de mi hermana doctora, cumpliendo misión internacionalista en África, y publicando artículos científicos como especialista en Gineco obstetricia, de mis sobrinas, una graduada en Ciencias Exactas en Biología, y la otra a punto de concluir Arquitectura, de  mis primas, médicos, pedagogas, una enfermera, la otra graduada en Historia del  Arte…

Generaciones de mujeres, desde mis abuelas luchadoras y tiernas, hasta las madres y tías generosas, dedicadas al crecimiento y bienestar de su familia, hasta las de hoy, más liberadas, pero también herederas de una  tradición que jamás podremos olvidar.

Miro y reviso este tránsito por la vida, e imagino aquel 23 de agosto de 1960, cuando aún no había nacido, y cuando las puertas de mi casa se abrieron para fundar en mi barrio la Federación de Mujeres Cubanas.

Mi madre, quizás, adivinaba así  que el futuro sería diferente, que ella se convertía en protagonista del mañana de sus hijas, de sus nietas, de otra generación de mujeres que emprenderían un destino diferente en un país diferente.

Claro que no todo ha sido color de rosas. Que la liberación requiere quitarse muchas ataduras, que las leyes no pueden borrar siglos de discriminación, de diferencias palpables de género.

Pero aquel día, tal y como lo había advertido Fidel,  comenzó una Revolución dentro de la revolución, esa que iniciamos las mujeres, para siempre, mujeres que, a diferencia de mi madre y mis tías, y mis abuelas, jamás dejarían sueños truncos. Porque a partir de entonces, y gracias a esas tres  letras, FMC, comenzamos a crecer, para situarnos justamente en la cima de un país que nos hizo diferentes, grandes, plenas.

 

 

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