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Fidel es Fidel

Fidel es Fidel

Fidel es Fidel y no precisa de cargo alguno para ocupar, por siempre, un lugar cimero en la historia, en el presente y en el futuro de la nación cubana. Mientras tenga fuerzas para hacerlo, y afortunadamente se encuentra en la plenitud de su pensamiento político, desde su modesta condición de militante del Partido y soldado de las ideas, continuará aportando a la lucha revolucionaria y a los propósitos más nobles de la Humanidad”.

No encuentro otra frase mejor para definir la vida de Fidel Castro que las palabras expresadas por Raúl en las conclusiones del Sexto Congreso del Partido: “Fidel es Fidel”, decía Raúl, y así se hacía eco del sentimiento de un pueblo que reconoce en cinco letras, el alma de la Patria.

Cuando llega a sus 85 años de prolífera vida, quiero evocar la imagen, siempre inmensa de ese Fidel que tuve frente a mí en varias ocasiones en mi vida de reportera.

Fidel, en eventos y congresos, saludando al pueblo, conversando con los trabajadores en una obra en construcción, o en los campos. Criticando lo mal hecho. Exhortando a continuar. Festejando las victorias y los avances. Un hombre con increíble fe en el mejoramiento humano y en la virtud.

Así veo a Fidel,  en todas partes: soñando con los jóvenes el futuro, debatiendo con nosotros los periodistas cómo hacer una prensa mejor. Al lado de los pioneros, aconsejándoles y enseñándoles a ser hombres y mujeres de bien. Invitando a los médicos, a formar un ejército de bondad de batas blancas. Junto a los científicos, en el afán de entregar conocimientos en bien de la humanidad. Con los profesores, imaginando el porvenir, y en medio del más crudo período especial, con los intelectuales y artistas, advirtiendo que lo primero que había que salvar era la cultura. Con los obreros, pensando en la industrialización, en el fomento del país y cómo hacer las cosas mejor, conminando a las mujeres a hacer una revolución dentro de la Revolución, para despojarnos de prejuicios.

El Comandante en Jefe que jamás dejó de compartir con los afectados de un huracán, en cualquier parte de la geografía de esta isla, a[un por muy recóndito que estuviera ese sitio.

El mismo Fidel, que en tribunas internacionales, habló en nombre de su pueblo y de los desposeídos de esta tierra.

Fidel, con la obsesión de juntar fuerzas para hacer un mundo mejor y de paz, donde se olviden las palabras guerra y hambre. Con su voz y la autoridad moral de más de sesenta años al frente de un pueblo que construyó su destino.

Fidel, el del Moncada, el Granma,  el de la Sierra, el de Playa Girón, como un Quijote de la Esperanza,  advirtiendo el mañana.

Tengo ahora mismo su imagen nítida en un Campamento juvenil en La Habana. Transcurrían los años 90, con la crudeza del período especial. Sin embargo, él, con esa fe que siempre lo ha iluminado, asistía feliz a la celebración de un cumpleaños colectivo de muchachas y muchachos que participaban en labores agrícolas. El legendario líder, con su uniforme verde olivo, y sus botas siempre calzadas para el batallar constante, llevaba tanto optimismo, que transmitió sus energías a quienes estábamos allí, y sobre todo, la convicción de que podríamos salir de esa etapa, con trabajo y unidad.

Pero, la grandeza de Fidel creció ante mis ojos cuando redactó su Proclama al Pueblo de Cuba, con toda la sinceridad y amor de un líder que tenía sobre sus espaldas inmensas responsabilidades, y de las cuales no podía despojarse aún en medio de su gravedad.

En abril, durante el Sexto Congreso del Partido, cuando renunció a integrar las filas del Comité Central, entonces su estatura siguió engrandeciéndose, porque sólo una persona como él, que aprendió de Martí que “toda la gloria del mundo cabe en un grano de maíz”, sólo una persona como él sabe que ningún cargo, ningún nombramiento podrá sustituir el amor de un pueblo y de millones de personas que este 13 de agosto, seguirán festejando sus 85 años, con la certeza de que él seguirá siendo el Comandante en Jefe de una revolución, que, para siempre, es fruto también de su ingenio, de su entereza, de su entrega sin límites, de su inmensidad, y  de su amor. 

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