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El sentido de la vida

El sentido de la vida

 

Ser periodista es un sentido de la vida.

Cuando se han transitado años por la profesión, se siente, por dentro, la honda satisfacción de haber escogido este difícil camino, empedrado, cargado de obstáculos, pero tan grande, que, al final, vale la pena haberlo desandado, y, sobre todo, tomar la decisión de seguir recorriéndolo.

“Haz tú como yo, haz algo bueno cada día en nombre mío”, recomendaba José Martí en una carta a la niña María Mantilla. Tomo la frase como una guía en mi profesión, porque el día que sienta que con mi voz ante un micrófono  no haga una contribución a mi sociedad y a mi pueblo, entonces, dejaría de ser periodista.

Lo mejor de esta profesión es saber que muchas personas confían en ti, que te escuchan, que te leen, que te siguen tras las imágenes de la televisión, o que leen tus trabajos en Internet. Y que, entonces, tienes que despojarte de individualidades, para convertirte en  ese ser,  intérprete de una colectividad que te busca, que te comenta sus problemas, que te habla de sus sueños, que piensa en el presente o en el futuro junto a tí. Y que cree en ti, sobre todo eso.

Los periodistas somos testigos de nuestro tiempo. Buscamos en el pasado, y pensamos en el mañana, entramos en la piel de los demás, intentamos ayudar a encontrar las soluciones de problemas, hurgamos en los archivos, analizamos qué sucede y qué puede acontecer en un mundo tan complejo,  donde los que laboramos en los medios de prensa somos testigos excepcionales.

Reseñamos las luces y las sombras, lo que está mal hecho, y también las nobles actitudes humanas, esas que nos convierten en mejores personas.

Ser periodista es un riesgo que se vive cada segundo, cada minuto, cada día. Es de esas profesiones en que no puedes descansar, porque siempre suceden noticias, y nada humano nos puede ser ajeno.

Ser periodista es tener computadoras, agendas, grabadoras, archivos siempre listos como buenas armas para un buen soldado.

Ser periodista es un sentido de la vida. No importan el sueño, ni las horas en que te vencen el estrés y el cansancio, y esos momentos en que te sientes pequeño, porque alguien no te leyó, o no te escuchó, o no te responde. O cuando sientes que el planeta donde vives pudiera ser otro.

Pero, definitivamente, cuando se escoge este camino, hay un sentimiento que te corre por las venas. Y entonces, te despiertas cada amanecer, con tus armas en las manos: los lapiceros, las cámaras, las grabadoras, las agendas y sales a la calle, dispuesto a reflejar la vida de tu pueblo y del mundo en que te ha tocado vivir. Porque, definitivamente, y para bien, ser periodista es un sentido de la vida.

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