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Dialogando con Fidel

Dialogando con Fidel

 

A un año de tu entrada en el Olimpo de los Grandes te hablo, Comandante. Te hablo de tu país, de tu pueblo, de la gente sencilla y humilde para quienes hiciste esta Revolución.

Ahora mismo resuenan en mis oídos los gritos de cada cubana y cubano de bien, del anciano, de la mujer, del joven y de los niños. ¡Yo soy Fidel! Y puedo asegurarte, Comandante, que no es una consigna vacía, porque no puede estar en los labios y el corazón de los agradecidos unas palabras huecas o sin sentido. Tú lo sabías, porque con Martí aprendiste que “toda la gloria del mundo cabe en un grano de maíz”. Por eso te vemos hoy, lejos de las estatuas de mármoles o de la adoración ciega y fría que impide el actuar.

Cada cual lleva su Fidel por dentro.

Estás en el Moncada, defendiendo el decoro de la Patria, junto a Martí, desembarcando en el Granma, subiendo a la Sierra.  Ahí estás, como siempre, con las botas calzadas, la mochila a tus espaldas y el fusil de guerrero.

Aquella niña te ve en los Congresos Pioneriles, cuando tú atentamente escuchabas a “los que saben querer” y junto a ellos tomaban decisiones muy serias para el futuro. Te veo con el obrero, en una fábrica, o con el campesino, en pleno campo, o tan joven, eternamente joven, cortando caña y sudando a cántaros con el machetero. Te veo en aquel Campamento Juvenil de la Habana cuando celebraste un cumpleaños colectivo de muchachas y muchachos y disfrutaste como el que más.

Estás ahora mismo, entrando a Santiago de Cuba, y como aquella vez en la Habana, advirtiéndonos que quizás a partir de ahora todo sería más difícil.  Estás enseñándole el pecho a quienes pensaban que traías chalecos antibalas, y con una frase lo dijiste todo para que quedara bien claro para siempre: “llevo un chaleco moral”.

Conversas con las mujeres, diciéndonos que vendría un período especial, pero que conserváramos el vestido que llevábamos en aquel Congreso para seguir hermosas y altivas aún en los momentos más duros.

Eres el periodista mayor, porque en nosotros confiaste muchas veces para transmitir tus grandes proyectos, tus ideas, tus insomnios.

Vives en el atleta que te recuerda como el mejor deportista. Y en el artista y el intelectual que ven en ti la síntesis de todo un pensamiento emancipador que aprendimos desde Félix Valera, o quizás, desde que Hatuey fue quemado en la hoguera por los conquistadores.

Estás, Comandante, desafiando tantas Administraciones norteamericanas que intentaron de todas las maneras posibles, infructuosamente, desaparecer tu ejemplo y tu vida.

Estás criticando lo mal hecho, cada error cometido, cada insuficiencia, intolerante ante cada intento de aprovecharse de apoderarse de un cargo para vivir mejor. Crítico ante la burocracia y ante lo mal hecho. Hablando de Campaña de Alfabetización, de Batalla de ideas, de Revolución Energética, de sueños realizados y por realizar.

Estás otra vez, en aquel 26 de Julio de 1989, en Camagüey, anunciando al mundo que si la Unión Soviética se desintegraba, “¡aún en esas circunstancias Cuba y la Revolución Cubana seguirían luchando y seguirían resistiendo!”

Estás en la Universidad de la Habana, advirtiendo a las nuevas generaciones, “que los hombres pueden hacer que las revoluciones se derrumben” y que es preciso una alta responsabilidad y decoro para preservar el futuro del socialismo.

Apareces, inmenso, en las Naciones Unidas,  hablando con las voces de los que no tienen voz para decir sus verdades, diciendo que era preciso desaparecer la filosofía del despojo, para desaparecer la filosofía de la guerra.  Allí estás, Comandante, en la Plaza de la Revolución martiana, con millones de personas escuchándote.

Te veo ahora mismo en las imágenes de mi ciudad, fundando empresas, abanderando colectivos obreros, conversando con las muchachas del Contingente agrícola “Las Marianas”, caminando por el Pedraplén, encendiendo la llama eterna al Che.

Volví a verte caminar por la plaza santaclareña, en la madrugada de diciembre, frente al Che Guevara, como hace justamente un año, cuando dialogaron como los grandes amigos quijotescos que fueron y que son. Hablando de futuro, de la América, de este mundo incierto que necesita más justicia y paz. Con los artistas que te cantaron y danzaron para evocarte. Con jóvenes que llevaban tantas banderas en tus manos, y tu rostro en los brazos y en sus corazones.

En septiembre caminaste por los poblados devastados por el Huracán Irma, y alentaste a la gente que quedó sin nada, como aquella vez en que Isabela de Sagua o Corralillo, o el poblado de Carahatas te vio bajo la lluvia con tus manos y tus palabas certeras transmitiendo la esperanza.

Ahora que estás con Martí y con Céspedes, vuelves a decirnos con ellos que “Trincheras de ideas valen más que trincheras de piedras, que es preciso alzar la espada, en la voz siempre irredenta de “¡Independencia o Muerte!”, que “la muerte no es verdad cuando se ha cumplido bien la obra de la vida! Ahora, Comandante,  vuelves a hablar con Frank, con Abel, con los muchachos de la generación del Centenario del apóstol que te acompañaron al Moncada. Con Mariana, hoy multiplicada entre tantas madres y esposas de esta isla.

Una vez dijiste que  el día que murieras de verdad nadie lo iba a creer, porque ibas “a andar como el Cid Campeador, que ya muerto lo llevaban a caballo ganando batallas”. Así, estás, Comandante, invicto, al frente de tu tropa, indicándonos la luz. Vivo.

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