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Cuba: la importancia de ser niño

Cuba: la importancia de ser niño

“Nada hay más importante que un niño”. La idea de Fidel ha sido brújula en Cuba hace más de cincuenta años para dedicar todas las fuerzas y energías de la Revolución al tesoro más preciado de la Patria: las niñas y los niños. La celebración cada primero de junio del Día Mundial de la Infancia llama a pensar en cuánto se ha hecho, y cuánto falta aún por hacer para salvar el futuro de la humanidad, que ineludiblemente, está en las nuevas generaciones. La Asamblea General de Naciones Unidas recomendó que el Día Universal de la Infancia se destinara a promover el bienestar de los niños y niñas del mundo. Entretanto, la Conferencia Internacional en Defensa de la Niñez, efectuada en Viena en abril de 1952, proclamó que, por el sólo hecho de nacer, el niño tiene derecho a ser feliz. Habría que preguntarse: ¿hasta dónde cumple la humanidad ese precepto? Los datos consultados en Internet estremecen: resulta triste que en la actualidad alrededor de 600 millones de infantes en el mundo vivan aún en la pobreza. Datos fidedignos aseveran que unos 250 millones de infantes entre cinco y 14 años trabajan y 130 millones no reciben educación, elementos que reflejan la violación de los más elementales derechos de los niños y las niñas. Como una bofetada en el rostro de la humanidad, otros seis millones padecen lesiones limitantes causadas por los conflictos armados, o han fallecido por las guerras. Coexistimos en este planeta también, con la prostitución y la pornografía infantil y los llamados niños de la calle, abandonados a su suerte en cualquier calle de cualquier ciudad. Otra es la realidad de los niños cubanos. La UNICEF evaluó en el 2002: "Se reconoce a nivel global la experiencia cubana en la atención educativa en edades tempranas, a través del programa Educa a tu hijo y de los Círculos Infantiles." En la rama de la Salud, entre otros muchos beneficios, se aplican las vacunas contra la poliomielitis, tuberculosis, difteria, tétanos, tosferina, sarampión y otras enfermedades. Cuba tiene indicadores sólo comparables con los grandes países desarrollados por sus bajas tasas de mortalidad infantil y materna. La Constitución de la República y los Códigos de la Familia y de la Niñez y la Juventud, son documentos que avalan cuánto se hace en la isla para preservar a quienes José Martí, nuestro apóstol llamó “la esperanza del mundo”. Pero no basta con cifras. Es preciso caminar por las calles y ver los rostros de las pequeñas y los pequeños, uniformados, sonrientes, jugando y aprendiendo en las aulas de las escuelas devenidas pequeños palacios, donde ellas y ellos son príncipes y princesas. Hoy Cuba vive una fiesta. Una fiesta de niñas y niños que celebran su día en sus colectivos, bailando, haciendo obras de teatro, declamando los poemas de Martí, disfrazados de mariposas, abejas, duendes y hadas madrinas. Con la certeza de saber que son muy importantes, y que viven en un país que no dispone de grandes recursos, pero sí con una sensibilidad tan alta que los ha colocado en un pedestal, como esos pinos nuevos de los que habló el Héroe Nacional, y donde se erigirá el presente y el futuro de una isla que aprendió con nuestro Martí que “sólo es grande el hombre que nunca pierde el corazón de niño”

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