Pablo Milanés y los días de gloria

Los días de gloria

se fueron volando

y yo no me di cuenta.

Sólo la memoria

me iba sosteniendo

lo que un día fue.

 

Pablo Milanés volvió, este viernes, a remontarnos a los días de gloria de una generación que los escogió, a él y a Silvio Rodríguez, junto a Amaury Pérez, a Sarah González, a Noel Nicola y a tantos otros, como voces de un país que renovaba hasta sus raíces todas las estructuras de una sociedad revolucionaria, rebelde y cubana.

Fue en la Plaza de la Revolución Ernesto Che Guevara, de Santa Clara, donde representantes de muchas generaciones volvieron a cantar las mismas letras que elegimos como estandartes en las décadas del 60 y el 70 del pasado siglo.

Nostalgia por los años de juventud, amor, regreso a las ideas sembradas y fructificadas hoy, volvieron a traernos a ese querido Pablo que simbolizó siempre la voz de una Cuba pequeña y altiva.

Mientras lo escuchaba, no pude dejar de recordar aquel joven delgado, con pelo a lo afro, espejuelos de cristales dobles, sentado con su guitarra y sus pasiones en la escalinata universitaria, en Casa de las Américas, en el teatro Carlos Marx, o en cualquier plaza de esta isla, y de otras naciones.

Este viernes tuve a Pablo frente a mí, con el paso del tiempo reflejado en su rostro y en su cuerpo, pero con la misma emoción en sus canciones-versos como hace veinte o treinta años.

Y vi al mismo público, con muchas generaciones mezcladas, coreando sus números, casi hasta el delirio, tal y como sucedía cuando era un joven que decía cosas nuevas para un país nuevo.

Ese es el Pablo Milanés que quería ver. El de la clásica Yolanda, el de Comienzo y final de una verde mañana, el del primer amor…El de ayer y el de hoy. El que vibra junto a su pueblo.  El que nos hace reír  o llorar.  El que arrastra generaciones y generaciones tras de él. El que nos hace pensar, y soñar, y creer en el pasado, y en el presente y en el futuro, y en esos días de gloria que no se pueden ir.