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Octubre, lejos de mi patria

Octubre, lejos de mi patria

Lejos de mi patria evoco el 6 de octubre, como una de las fechas más dolorosas que ha vivido el pueblo cubano.

Todavía siento escalofríos y muchísimos sentimientos tristes cuando escucho las palabras encendidas de Fidel, durante el entierro de las víctimas de Barbados: “Cuando un pueblo enérgico y viril llora, la injusticia tiembla”.

Todavía laceran las lágrimas de los padres, los hijos, los vecinos y los amigos de las miles de víctimas del odio de un enemigo que no ha perdonado en más de cinco décadas que una nación quiera construir, por sus propios esfuerzos, su destino.

El terrorismo contra Cuba no ha tenido rostro, es un ensañamiento que no puede compararse, por su magnitud y la extensión en el tiempo, con  lo que se ha hecho contra país alguno.

Ahora mismo, lejos de mi patria, todavía saltan las lágrimas cuando reviso las fotos de los jóvenes que en plena flor de su vida, fueron asesinados por bombas criminales en un avión civil, que venía cargado de esperanzas y alegrías.

Instante justo este 6 de octubre para no olvidar que esta isla tiene más de tres mil muertos por una guerra vil que no ha tenido fronteras, porque a causa de esas acciones criminales han perecido también extranjeros, como los caídos en el avión de Barbados, o el turista Fabio Di Celmo, fallecido “por estar en el lugar y el momento equivocados”, según uno de los asesinos, Luis Posada Carriles.

Y este octubre lejos de mi país, también quiero imaginar, estremecida,  la salida de René González de una prisión norteamericana,  donde estuvo injustamente trece años precisamente por evitar esos actos crueles contra su patria y contra las hijas e hijos de otras tierras del mundo.

La insensatez y la maldad contra nuestros Héroes ya rebasaron todos los límites.

A René se le mantendrá tres años en una absurda libertad supervisada  en la misma ciudad donde él fue testigo de los preparativos de acciones terroristas contra Cuba. Tendrá que vivir en una ciudad donde se respira el aborrecimiento a su país, incluso con peligro para su propia integridad física.

Sin embargo, y “a pesar del otoño”, como reza una vieja canción trovadoresca, este octubre estoy convencida de que René, una vez más, se impondrá contra todos los obstáculos con la misma dignidad conque enfrentó la cárcel.

Quiero ver a René como una vez me lo dibujó Olga, su esposa, , en una entrevista concedida a esta CMHW. Ella lo describía como el hombre tierno, amante, gran padre, incapaz de sentir odio, el que sueña con sobrevolar otra vez el cielo azul de su patria, el mismo que dormía a su niña Ivette, de meses de edad, sobre su pecho. El mismo que ha seguido paso a paso, los estudios de Irmita, el retoño mayor, hasta verla convertida en una profesional. El mismo que se reencuentra con sus hijas, y asegura que es como si ellas abrieran un cofre que mantiene bien cerrado.

El que no cejó ni traicionó aún en los momentos más duros, cuando le trajeron a Olga, su esposa, vestida con el uniforme naranja de presidiaria.

El mismo René que ha sido respetado y admirado en la cárcel, por verdugos y prisioneros, por su altivez, por su inteligencia,  por su bondad.

Ese René que recuerda su madre y su hermano como un hombre jovial y sincero. El que quiso ir a Angola para seguir las huellas internacionalistas del Che. El amigo leal de Gerardo, Ramón, Antonio y Fernando, el que ha asegurado que prefiere entregar su propia libertad a cambio de la felicidad y la libertad de sus hermanos de lucha.

Ese René que no acallará su voz, y que seguirá defendiendo la verdad y la razón  desde cualquier trinchera, como le enseñó el Maestro Mayor, nuestro José Martí, cuyas palabras hoy nos siguen indicando el camino: “mientras la justicia no esté conseguida, se pelea”.

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