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Confesiones de estos días

Confesiones de estos días

Lo confieso. No me puedo liberar de las emociones vividas en los últimos quince días. Aún lloro cuando veo las imágenes de la llegada de Gerardo, Ramón y Tony a Cuba, y los sentimientos me inundan cuando los veo abrazados por su pueblo batallador, por sus familiares, por las amigas y amigos de todo el mundo que no descansaron hasta lograr el milagro.

Sueño con sus rostros plenos y felices, y hasta me imagino entrevistándolos, intentando descubrir lo que otros periodistas no hayan descubierto ya, o logrando las declaraciones que no han hecho aún.

La felicidad es inmensa, y comparto la alegría de mi pueblo y de la gente de bien del planeta, sobre todo porque más de trece años, involucrada en esta  lucha me convirtieron - a no dudarlo- en mejor persona.

Ahora mismo quizás, rompo con el ABC que enseñan las Academias en la carrera de Periodismo: hay que distanciarse de lo que se cuenta para garantizar la “imparcialidad” de quienes tenemos la responsabilidad de informar ante las cámaras de la Televisión, los micrófonos de un estudio de radio, en las páginas de un periódico o en las Redes sociales y Páginas Web de Internet. Pero soy cubana, y jamás, ni por un minuto, pude ser imparcial con una causa que estaba bien clara para mí desde el principio por su trasfondo político y porque en ellos intentaron castigar la hidalguía de mi país.

En los cinco vi siempre el alma de Cuba: irredenta, altiva, valiente, virtuosa y noble. En los cinco vi siempre el corazón de mi Patria.

Ellos, sin saberlo, nos han hecho también resistir estos años duros, durísimos de bloqueo, subversión, errores internos, carencias económicas, y traiciones de quienes decidieron abandonar el camino.

Ellos lograron lo que tal vez, ni siquiera los de  mi generación, pudimos habernos imaginado:      que un presidente norteamericano reconociera que la política hostil contra la isla no ha dado ningún resultado, y que definitivamente, la razón se impusiera y se restablecieran relaciones entre dos naciones cercanas por su geografía y por su historia.

Nos convertimos en muchos David que enfrentamos a Goliat, y los cinco, como símbolos de esa perenne decisión de no cejar en el empeño de ser dignos. Ellos, desde sus cárceles nos dieron cada día lecciones de amor, de paz, de esperanza, de optimismo infinito en el futuro.

En estos años aprendí casi de memoria las cartas enviadas a los familiares y a nuestro pueblo, las pinturas y poemas de Tony, los versos de Ramón, las caricaturas de Gerardo, sufrí los testimonios de hijas, hijos, esposas, hermanas y madres, lloré la muerte de sus seres queridos, y de personas del mundo que acompañaron hasta sus días finales, la batalla por su liberación.

Supe cuando estaban en el “hueco”, y me preocupé hasta lo indescriptible cuando supe que estaban aislados, o que tenían algún padecimiento físico (la presión alta de Gerardo, la dentadura de Tony, las piernas de Ramón).

Me hice amiga de sus amigos y amigas en todo el planeta, escribí correos a la Casa Blanca cada día 5 para que se pusiera fin a la injusticia, hablé en tribunas, impartí conferencias y conversatorios donde solicitaron mi modesta presencia, asistí cada mes a la Peña cultural La casa como un árbol, porque consideraba ese espacio como mi pequeña trinchera. Publiqué en todo este tiempo materiales periodísticos que desentrañaron verdades, ternuras, razones.

Hice con pasión el programa Un gesto de paz en la brisa, que cada sábado transmitió esta CMHW, un “programa dedicado a Gerardo, Ramón, Fernando, René y Antonio, y a todos los que en el mundo luchan por una causa justa”, como rezaba su slogan, y que definitivamente, y para felicidad de mi “Reina radial”, hizo este sábado 3 de enero su última emisión.

El día que el Presidente cubano Raúl Castro anunciaba a nuestro pueblo y ante el mundo el acontecimiento, mi primera reacción fue saltar de alegría, luego escribí mi primer mensaje en las redes sociales fue: “Viví para contarlo, los cinco están en la Patria y restablecen relaciones diplomáticas Cuba-EEUU”.

Después he tenido que interiorizar la gran verdad, que ya están abrazados por el Sol que les fue negado durante tanto tiempo, tengo que abrir bien los ojos, y volver a repetir que no es un espejismo, o un sueño, que están aquí, que tocan rumba, que cantan himnos del trovador de siempre: El necio, Pequeña serenata diurna, La era o Dulce abismo. Veo sus fotos en el Instituto Cubano de Amistad con los Pueblos para despedir el año junto a sus seres queridos y unidos a quienes mucho lucharon por su regreso. Y también espero por el nacimiento de Gema, como la anunciación del futuro, de la paz, de la ternura que aún reina sobre este planeta.

Ahora sé que un día estarán en Santa Clara rindiendo tributo al Che o en la Peña de la victoria, (porque haremos La casa como un árbol con ellos), los imagino aquí, conversando con la gente de este pueblo sencillo y grande que siguió cada día su causa, que reclamó su regreso, que escribió cartas a todas partes, que hizo canciones para ellos, que vistió con cintas amarillas y que derrochó iniciativas insospechadas para lograr el milagro.

Los cinco están en casa, y yo, ahora mismo, vivo el orgullo de haberme convertido en una gotica de agua que corrió hacia ese mar de la verdad y la razón, que fui una de las portadoras de tantos gestos de paz multiplicados que se convirtieron en esa gran ola de amor y solidaridad que se hizo incontenible.

En este instante ellos regresaron y, parafraseando los versos de Tony,  son confidentes de la vida y de Norte a Sur le entregan a la gente todo ese amor que jamás escondieron, a pesar del ensañamiento y del odio que se vertió sobre ellos.

Entonces, recurro otra vez a las notas de mi Himno nacional y le quiero dar las gracias a los cinco, y decirles, junto a mucha gente buena de Cuba y del resto del mundo: “la patria os contempla orgullosa”.

 

 

 

 

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