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Adiós a mi tía Zoila

Adiós a mi tía Zoila

 

Hace exactamente un mes mi tía Zoila acaba de decirnos adiós a los cien años de edad. Decidió que, después de vivir con tanta fuerza, tanta calidad de vida, tanta voluntad, una persona como ella no merecía estar encima de una cama.

Mi tía Zoila se nos fue, dejándonos un dolor muy grande, pero casi estoy segura de que ella tenía la certeza de que fue y seguirá siendo uno de los seres más importantes en mi vida.

Mi tía unía un carácter muy recio, con una dulzura interior que valía la pena descubrir.

Fue la madre de mi madre.

Cuando mi abuela Basilia  murió, mi madre tenía 14 años.

Viviendo en una casa de campo, hace más de 70 años, mami tuvo que asumir la casa, la atención de su padre y sus hermanos.

Tía Zoila ya estaba casada, y un día llegó al hogar, y encontró a la adolescente tan triste y agobiada que ese mismo día se la llevó para que viviera con ella, a pesar de la tremenda miseria que la asolaba.

Se quisieron de manera entrañable, y mi tía siempre asumió ese rol de protectora que jamás pudo abandonar hacia su hermana más pequeña.

Con los descendientes fue igual. Conmigo, especialmente. Siempre me contaba que cuando yo era una bebé de tres o cuatro meses, y estaba muy grave por una enfermedad del hígado llamada toxicosis, los médicos llamaron a mi padre para decirle que sólo un milagro podría salvarme.

Papi lloró mucho encerrado en el baño, y mi tía escuchó ese llanto que él intentaba ocultar de todos, particularmente de mi madre. La vida se le iba a la recién nacida que había llegado a la familia. Entonces tía, desesperada,  rogó mucho al cielo y a todos sus santos para que yo me salvara, aunque fuera muy malcriada. Apareció una medicina que era imprescindible, y me salvé, claro también conservo esa dosis de malcriadez que ella pidió al más allá. Ella aseguraba que aquellos ruegos fueron escuchados, y en mi niñez yo creía esa aseveración.

Tía Zoila me acompañó en mis instantes más alegres y más tristes.

El regalo mayor en mi infancia era ir de vacaciones con mis hermanos, mi madre y tía Duve a la casa de tía Zoila, de mi prima-hermana Mirta González y de su esposo, entrañable para mí, Antonio Miguel, también director de la televisión cubana. Allí encontraba todo el amor del mundo y un lugar donde echaba a volar todas mis fantasías.

Mi prima Mirta, nuestra querida Tá, directora de programas de radio y de televisión, nos condujo por el mágico camino de los medios de comunicación. Entré con ella al Instituto Cubano de Radio y Televisión, la vi grabar programas de radio, dirigir actores, saboreé la dulzura de la edición de un producto audiovisual.

Tía Zoila también era una artista. Laboró en Atrezo Infantil, y de sus manos salían títeres, trajes de muñecos y artistas, hadas y brujas malas. En esos talleres desplegué mis alas.

Tía fue también costurera en la novela La Peña del León en Matanzas. Allí también dejó huellas.

También fue transgresora. Cuando sintió que su matrimonio le iba mal, se divorció cuando esa palabra era todavía una ofensa o un delito femenino.

Antes de 1959 fue a Estados Unidos a trabajar en una factoría, para ayudar a mi madre, que ya tenía dos hijos pequeños (mis hermanos mayores), pues mi padre había quedado sin trabajo por comunista.

Después del triunfo de la Revolución, Zoila Perera regresó a Cuba, porque aquí en su Patria, decidió echar raíces.

Me enseñó a amar las plantas y los animales. Conservaba un libro de Biología que yo leía en mi niñez, y que tenía que devolvérselo inmediatamente, porque era su tesoro. Con ella empecé a amar a perros, gatos, aves, árboles frondosos y flores de todo tipo.

Todavía recuerdo sus viajes al Zoológico y al Jardín Botánico, cuando era capaz de hablar con monos, elefantes, hipopótamos, jirafas, y helechos.

Cuando comencé a estudiar en La Habana la carrera de Periodismo, las puertas de esa casa siempre estuvieron-como ahora- abiertas para mí.

Las comidas más deliciosas (junto a las de mi madre y de mi tía Duve) eran las que elaboraba mi tía Zoila.

Y como artista que ella era, bordaba, tejía, convertía en milagros trozos de tela para que yo pudiera vestirme.

Siempre guardaba para mí una ropa que podía servirme, porque jamás dejó de tenerme en cuenta.

Cuando fracasé en amores, lloró junto conmigo, cuando estuve enferma, siempre la tuve a mi lado. Cuando triunfé, defendiendo mis tesis de Licenciatura y luego de Maestría, también la tuve.

Tía Zoila siempre mencionaba la virtud de sentirse acompañada por el espíritu de un negro esclavo africano, que era amigo de abuelo. Se llamaba Simón Carucho y practicaba religiones traídas desde el continente negro. Según tía Zoila, Simón Carucho le había prometido a abuelo Francisco que a él y su familia nunca les pasaría algo malo, porque él siempre iba a protegernos.

Según cuenta, Simón Carucho iba al monte, a hablar con sus deidades. Tía Zoila se encomendaba a Simón Carucho cuando tenía penas y angustias. Y confiaba en él. Tenía una imaginación increíble que de alguna manera nos transmitió a las generaciones que llegamos después de ella..

También peleaba mucho: con los compañeros de trabajo, con la familia, con los nietos, con los hijos, con los vecinos. Decía todo lo que sentía, de una manera desenfrenada, a veces sin medir consecuencias. Prodigio de sinceridad, y modelo de una persona que no tenía doble moral, aunque lacerara con algunas palabras. Pero después de una discusión, lloraba, o se amargaba pensando que podía perder el amor de un ser querido. Puedo asegurar que jamás eso ocurrió.

Tía Zoila fue mucha tía Zoila y tanto sembró, que recogió frutos en tantas personas a quienes hizo el bien. Tenía un corazón grande, que cuando lo abría para alguien, era capaz de dar hasta la vida.

Celebró sus cien años rodeada de cariño, con cakes traídos de todas partes y carne de puerco asada (su comida favorita), flanes, vianda frita, frijoles negros…Ese día de junio vistió de lujo, arreglada, con joyas, porque jamás dejó de presumir.

Cuando sufrió en diciembre el infarto cerebral, decía que no quería vivir así, imposibilitada.

¿Cuántos requisitos se necesitan para morir?, le preguntó a mi hermana cuando sólo le faltaban días para abandonarnos, sin perder aquella entereza y espíritu de fuego que siempre la caracterizó.

A su hija, nuestra querida Tá le dijo que sabía cuanto trabajo estaba ocasionando.

Mi tía Zoila no quiso vivir en una cama, después de tanta energía, tanta vitalidad, tanto coraje. Y dijo adiós.

Confieso ahora mismo que no puedo aceptar la muerte de alguien que parecía el símbolo de la eternidad. Pero quizás ahora mismo vuelva a equivocarme. Tía Zoila es eterna, se queda en cada persona donde dejó sus huellas, su vigor, su fuerza, su amor. ¡Para siempre!

 

1 comentario

William A. Garcia -

Dalita, que escrito mas bello para un ser que fue tan grandioso para toda tu familia, no habia leido este pasaje tuyo, pero te saludo y te mando un abrazo, saludame a tu mama y que se siga recuperando de la operacion de su vista. Un extenso saludo para todos Uds, de parte de todos aqui.....WILLY