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Lo que no se llevó Sandy

Lo que no se llevó Sandy

El huracán Sandy dejó una marca dolorosa en nuestro país. Nuevamente la naturaleza desafía a esta isla, con las  huellas de destrucción provocadas por las lluvias y la fuerza del viento en el oriente, y las posteriores inundaciones en el centro. Un gran huracán en el oriente cubano y un pequeño Flora en esta región central, como dijo Raúl.

Otra vez las imágenes desoladoras de casas y entidades laborales destruidos, cultivos arrasados, viviendas bajo agua, árboles derrumbados, calles y caminos intransitables…

Pero hoy prefiero hablar de optimismo y de luz.

El poeta indio Rabrindranath Tagore escribió en un verso inolvidable: “Si lloras porque no puedes ver el Sol, las lágrimas te impedirán ver las estrellas”.

Hoy de nuevo mi Cuba y su gente reverdecen, y podemos ver el Sol y las estrellas.

En las redes sociales he visto mensajes estremecedores de aliento en estos días. Entre ellos, uno que me impactó y me quedó grabado: “Cuba es Cuba. Sandy no pudo llevarse la voluntad de quienes vivimos aquí”.

Lo he constatado: en los combatientes de las  FAR y del MININT que no vacilaron para rescatar, en un acto heroico, aún a riesgo de sus propias vidas, a los habitantes del poblado El Santo, de Encrucijada.

Lo he apreciado en historias repetidas: el dueño de un carro particular que transportó personas en los instantes más difíciles. El delegado o el Presidente del Consejo Popular que tocaron casa por casa, para salvar lo más preciado: la vida de sus conciudadanos.

En el que abrió las puertas de su casa al vecino, al amigo, a quien pudiera necesitar de una mano tendida.

En los dirigentes que no durmieron y no olvidaron el más mínimo detalle.

O también  en el trabajador del Comercio que entregó a tiempo los productos de la canasta básica y protegió los alimentos.

Y el campesino que ahora mismo salva sus cosechas, el  trabajador eléctrico, el constructor o el de Comunales que no titubearon ni un minuto cuando se les llamó a marchar para cualquier parte, para Santiago de Cuba, para Holguín, o Guantánamo, o  para un poblado donde hiciera falta su labor, sin importar el sueño ni el cansancio, ni la lejanía de la familia por un tiempo indeterminado.

También recuerdo al policía que estuvo en la Autopista regulando el tránsito cuando el paso se hizo inaccesible por la subida de las aguas, para el Oriente o para el Occidente.

O mencionar, entre tantas actitudes hermosas, a la maestra o el maestro que comenzó a dar clases, aunque la escuelita haya quedado muy dañada, porque lo más importante es que sus alumnos no pierdan un día de enseñanza.

No olvidar al médico y la enfermera que hicieron brigadas para ir a la montaña o que controlan en una batalla sin tregua por la salud, la situación epidemiológica en los lugares más vulnerables.

Cualquier cubano o cubana ha escrito, otra vez,  por estos días páginas que nos vuelven a hacer grandes a los que vivimos en esta isla y preferimos no llorar, y seguir adelante para ver las estrellas y el sol, que siempre saldrán para los buenos.

Los mismos cubanos que también aprendimos con nuestro maestro mayor, nuestro José Martí que “Ayudar al que lo necesita no sólo es parte del deber, sino de la felicidad”

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