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El Martí que veo hoy

El Martí que veo hoy

En este enero Martí vuelve ante nosotros, renovado, esperanzador, guiándonos en el empeño de seguir construyendo esa patria nueva “con todos y para el bien de todos”.

Personalmente  prefiero evocar al Apóstol que sembró sentimientos por doquier…al alumno predilecto de Rafael María de Mendive, al adolescente que fue enjuiciado por “el delito de ser patriota” y que le escribió a la madre aquel ardoroso verso en que le pedía, con grilletes en sus pies de niño,  que no llorara y le recordaba, aún “esclavo de su edad y sus doctrinas”, que entre espinas nacen las flores.

Quiero dibujar al Martí que hablaba de amor a sus hermanas, ese amor que hay que cultivar de semilla a arbolillo, a fruto.

El Martí que hablaba con voz pausada, el que prefería bailar con las muchachas del baile a las que nadie invitaba.

El que suspiraba cuando hablaba, porque  Cuba sufría y porque la Patria es ara y no pedestal.

Quiero que me acompañe hoy el Martí que logró juntar y amar a los cubanos, principalmente tabaqueros e intelectuales cubanos y puertorriqueños  que en el exilio se sumaron al sueño de fundar el Partido Revolucionario Cubano para unir a los patriotas que querían una Cuba liberada.

Allí está el Martí lejos de su hijo y de su esposa, esperando el beso de su Ismaelillo, al que recibió a su madre anciana en Nueva York porque la necesitaba tanto. El que pedía a su familia que veneraran las canas del padre.

Al Martí enfermo, febril, que organizó la guerra necesaria y aún tuvo tiempo para escribir versos, artículos periodísticos, cartas, laborar como diplomático, fundar el periódico Patria y hacer una revista para niñas y niños de la América, en una vida tan prolífera que sólo alguien tan inmenso como él pudo hacer tanto en tan breve tiempo de existencia.

El Martí no siempre comprendido, ni siquiera por sus seres más amados, el que supo sembrar amistades imperecederas como la de Fermín Valdés Domínguez y Manuel Mercado.

Ahora mismo lo veo en La Mejorana, en aquella reunión difícil con Gómez y Maceo, pero donde finalmente, venció la causa mayor de una Cuba libre.

Veo al hombre que imaginaba  lejos, allá en el Norte,  a la niña María Mantilla, recomendándole que leyera libros sobre la historia de la humanidad, o que hiciera algo bueno cada día en su nombre.

Quiero imaginar al Maestro solo, caminando por España, o por cualquier ciudad de nuestro continente, con el corazón apretado por la nostalgia de una isla a la que siempre quiso volver.

Vestido de negro, frágil de cuerpo y fuerte de espíritu, con el verbo encendido, capaz de cautivar a quienes lo escuchaban.

Ahora mismo me traslado a Playitas, allí está él, admirando la naturaleza cubana, los campos verdes de su patria, la manigua…la decisión de morir de cara al Sol, al frente del combate, para quedar así, inmortalizado en todos los tiempos.

Ahora mismo camino por la calle Paula, donde se escuchó aquel 28 de enero aquel llanto de un niño, el hermano mayor de una familia numerosa, que pronto, muy pronto aprendería que hay que vivir  rodeado de luz, llevando sobre la frente “la estrella que ilumina y mata”.

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