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Para el eterno maestro

Para el eterno maestro

Corría la década del 80. Era muy joven, apenas recién graduada cuando recibí en la puerta del ICRT en la Habana una carta sellada. Era una pequeña nota de un profesor, quien agradecía los trabajos que había publicado como joven reportera de la Televisión cubana dedicados a los combatientes internacionalistas que cumplían misión en la República Popular de Angola.

No puedo decir ni siquiera cuanto me emocionó ver la firma de aquella carta: Julio García Luis. Aún la conservo.

Julio, el profesor, el hombre que admiraba como excelente maestro de dos géneros extremadamente difíciles en el periodismo: la crónica y el editorial.

Ahora, que ha pasado el tiempo, y soy conciente de que mis reportes de Angola pudieron haber sido mejor elaborados, por mi inexperiencia profesional, sé que fue un acto de ternura y de bondad de quien se desempeñaba como Presidente de la Unión de Periodistas de Cuba. Más bien, una prueba de su devoción por la formación de jóvenes profesionales que necesitábamos de sus enseñanzas para crecernos en esta difícil y hermosa carrera.

Una y otra vez conversamos sobre Periodismo, sobre los desafíos que nos impone poner nuestra voz o nuestra pluma a favor de una idea.

Muchos años después, cuando decidí hacer la Maestría, otra frase suya, entonces Decano de la Facultad de Comunicación de la Universidad de la Habana, me dejó marcada para siempre: “Aprovechen el tiempo. Estos años van a pasar por sus vidas de todas maneras. Si los emplean bien, y siguen estudiando, entonces el tiempo no habrá transcurrido en vano”.

Cada vez que llegaba a esa institución, sus puertas siempre estaban abiertas como el gran amigo que siempre te espera con sus manos sinceras y el corazón abierto.

Revisé su tesis de Doctorado, que es como una guía para una profesión que exige hoy otras maneras de hacer. La guardo como material de consulta.

No le pude decir nunca a Julio cuánto lo admiraba como profesional y como persona. No lo felicité por su Premio Nacional de Periodismo José Martí el pasado año. No sé si tantas generaciones de periodistas que pasaron por sus manos le habrán hecho esa confesión.

Quizás porque imaginábamos que siempre lo tendríamos.  Pero, de alguna manera, él sabía cuánta admiración le teníamos en el gremio, cuánto falta nos hacía, cuanta necesidad de releer sus crónicas, sus editoriales, sus investigaciones, para intentar ser mejores.

Ahora que ya no está, siento que he perdido a  ese hombre fiel que siempre, siempre será paradigma en esta profesión que él, como nadie, nos enseñó es un sacerdocio.

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