Blogia
Dalia

Las mejores lecciones de mi vida

Las mejores lecciones de mi vida

Mi primera maestra de preescolar se  llamaba Manuela. Vuelvo la vista atrás y la recuerdo como una señora canosa, alta, con espejuelos montados al aire, y con una mezcla de rectitud y de bondad pocas veces lograda.

Manuela me enseñó los primeros números, el mundo de los círculos y los rectángulos, la magia de los colores. Con ella aprendí a rasgar un papel, y a desatar mi imaginación hasta el reino del Nunca jamás.

Tuvo la paciencia suficiente para esperar por mí luego de meses en que me ausenté a la escuela por enfermedad, entonces, ella atinó a repasarme con devoción, y aseguró a mis padres que yo podía continuar hasta el primer grado sin dificultades, que juntas lo habíamos logrado.

Luego de Manuela muchos hombres y mujeres estuvieron frente a mí en el aula: llegaron Fe, Hermágoras, Caridad, Fabiola, Mariita, Irene, Lee, y tantos y tantos otros que me enseñaron que el mundo se puede atrapar en las páginas de un libro, en una cuenta aritmética, frente a un mapa, con la lectura de un cuento, un poema, o una novela, en una oración bien construida, o en la historia de nuestros antepasados, de nuestro país o del mundo.

En la Vocacional, y luego en la Universidad de la Habana descubrí el universo,  gracias también a esos jóvenes recién graduados del Pedagógico y de la carrera de Licenciatura en Periodismo, que intentaron darnos a todas y todos los de mi generación lo mejor que tenían: su amor, sus conocimientos, las herramientas para transitar por la vida.

Cada uno de ellos y de ellas aportó al ser humano que soy. Con ellos descubrí que, aunque se carezca de muchas cosas materiales que pasan con el tiempo, es más importante tener mucho dentro, porque eso es lo perpetuo, y porque sólo así dejas un legado.

Con todos esos maestros y maestras, profesoras y profesores  que estuvieron ante mí en un aula, supe que la vida sólo vale si al final, has marcado una huella. Y a no dudarlo, desde mi maestra Manuela, aquella señora seria y dulce que me despertó la sensibilidad, cada una de esas personas que tuvo la virtud y el desprendimiento de enseñar, cada una de esas personas dejó alguna estela en mí, estela  que llevo bien prendida como la mejor lección de mi vida.

Ahora, que ya Manuela no está, y cuando veo a muchas y muchos de ellos pasar a mi lado con el rostro marcado por el tiempo y el andar más cansado, ahora mismo, cuando el destino  me ha dado la dicha temerosa de también pararme frente a un aula y transmitir lo que sé de mi profesión, entonces agradezco esas escuelas, esos pasillos siempre repletos de niñez, adolescencia, juventud, y sobre todo doy gracias a quienes un día estuvieron frente a un aula, para darme lecciones de vida y convertirme en mejor ser humano, gracias también a una entrega sin límites, a esa profesión inmensa, que nunca enalteceremos lo suficiente, porque en ellas y ellos encontraremos siempre la savia de la vida.

0 comentarios